Hace unas horas me desperté con la idea de comprar fruta para terminar de hacer mis marcianos y le dije a mi mamá para que me acompañase al mercado. Llegando, nos detuvimos en un puesto, yo no sabía por qué, pues no tenía la fruta que quería. Mi mamá le pide algo a la vendedora, yo no estaba prestando atención, paga y continuamos nuestra caminata. Ya en mi casa, mi madre me dice: "Hija ven, come". Fui rápidamente y cuando ví el plato con la comida me detuve observando un buen rato. Me entró un sentimiento muy extraño. ¿Nostalgia quizá? ¿Un dulce dolor? Lo único que sé es que ahí habían cerezas. Cerezas recién lavadas, con sus tallitos de donde deben haber pendido antes de haber sido cortadas. Tomé una y fue cuando
todos los recuerdos llegaron a mí. Estaba ella, en el corral, de espaldas parada junto al árbol, con sus pantalones flojos, su blusa de tela fresca, el cabello corto y pomposo, de un color pardo, sus sandalias marrones, esas que tenían huecos cuadrados en la planta y que hacían un sonido peculiar al caminar. Ahí estaba parada junto al cerezo, mi dulce abuelita. Ella, madre de mi madre, falleció cuando yo tenía 10 años, edad suficiente para saber qué era la muerte, pero insuficiente para aprender a vivir con ella y asimilarla. Mi mami Freddy, (así la llamaba pues su nombre es Fredesvinda) era de aquellas mujeres que podía ser lo que quisiera con solo pensarlo y necesitarlo; es por ello que uno de sus pasatiempos o actividades, era sembrar plantas y árboles de todo tipo, según necesidad (como ya lo he mencionado antes) o simplemente por amor a la naturaleza, ahí en el corral de su casa que se encontraba al fondo de ésta. Siempre que iba a verla, me llevaba a ese corral, nos gustaba a ambas sentir ese silencio interrumpido solo por el sonido del viento y de los pájaros. A veces iba directo ahí y la encontraba cosechando sus espárragos, su hinojo, con el que después me preparaba té. Pero el centro de atención de aquel lugar era ese cerezo enorme y robusto que estaba al centro del jardín, y que luego de la muerte de mi abuelita, sería completamente talado. Este árbol siempre estaba cargado, cuando íbamos a recoger las cerezas, a veces las encontrábamos picadas por los pájaros que se anidaban ahí o simplemente por aquellos que pasaban a probar de aquel dulce sabor. Creo que era nuestro mayor tesoro. Cuando regresaba a casa, luego de visitarla, llegaba con mi puñado de cerezas para mis padres y mis hermanos. Mami Freddy siempre nos enviaba. Hoy, luego de 10 años, volví a probar cerezas. No esas que van de adorno en los pasteles y están acarameladas. Probé de esas que me daba mi abuelita con tanto amor, arrancadas de su árbol y lavadas con agua de caño. Te extraño mucho mami Freddy, a ti, a tus cerezas, y a nuestras tardes de novelas, de colgar la ropa y de silencio en el corral. Esta entrada es para ti. Mi corazón para ti mamita.
