Sentada en el jardín son las 5:00 pm. Sabe lo que va a ocurrir. Se prepara. Se pone los auriculares y suena "Jardines". Cierra los ojos, siente que llega una suave brisa y le roza ligeramente la piel. Se levanta la blusa de hilo que su madre le regaló por su cumpleaños y deja al descubierto su piel tostada por el sol. Entonces se deja caer. Siente la hierba recién cortada, agita los brazos intentando imitar a los niños cuando juegan en la nieve y forman ángeles con las extremidades. En ese instante suspira tan profundamente que siente cómo el aire entra y sale de su cuerpo como movido por una fuerza extraña. Suspira porque acaba de sentir la primera señal de felicidad de aquella tarde. Una gota de lluvia había caído sobre su pómulo derecho. Abre los ojos, al fin puede ver, el sol se está ocultando, el cielo se empieza a teñir de rojo, naranja y rosado y las gotas de lluvia empiezan a caer y caer y caer... Esto es felicidad -piensa. Siente como el pasto se va humedeciendo, como ella se va empapando de ese regalo que le dejó el sol antes de partir. Se queda simplemente ahí contemplando el espectáculo que muchos ven y pocos aprecian. Adora tanto ver cómo cae la lluvia que pierde la noción del tiempo, incluso del espacio, entra en ese viaje ultrasensorial. Quisiera quedarme aquí toda la vida -murmura. ¡[inserte nombre]!¡Te estoy llamando desde hace rato! ¡Te he dicho que pases! ¡Te vas a resfriar! -grita indignada su madre- ¿A caso no entiendes lo que te estoy diciendo? No puedes estar aquí tirada en el pasto como una loca -continúa su madre mirándola incrédula. La loca eres tú por estar metida en tu casa mientras llueve al atardecer -responde.